No siento la más mínima simpatía por los implicados en la trama de corrupción del llamado caso Gürtel. Por ninguno. Y menos por el ex presidente valenciano Francisco Camps. Por el contrario, tanto él como varios dirigentes del PP implicados me repugnan ideológicamente y, como dice su rey, sería para mí un motivo de profunda satisfacción verlos encerrados en el marco incomparable de una prisión. Sin embargo, como demócrata, confieso que me produce un gran placer ver al juez Baltasar Garzón sentado en el banquillo de los acusados en calidad de delincuente -ningún juez puede violar los derechos de las personas, aunque sean en la cárcel- y sometido sólo a una pequeñísima parte de la humillación a que él sometió en el año 1992 una cuarentena de personas inocentes por el solo hecho de ser independentistas. En aquel año, este falso demócrata, ordenó el encarcelamiento de varios catalanes los que se les aplicó la ley antiterrorista y sufrieron feroces torturas en las dependencias policiales sin que hiciera absolutamente nada para evitarlas. Los mismos torturados han explicado que cuando los interrogaba y le decían los martirios que estaban sufriendo por parte de los cuerpos de seguridad españoles desviaba cínicamente la mirada hacia el techo para demostrarles que todo lo que decían era tan inútil como si lo dijeran a una pared .
Doce años después, en 2004, el Tribunal Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo, al que apelaron las víctimas, dictó sentencia condenatoria contra el Estado español por no haber investigado las denuncias de torturas practicadas a una quincena de 'independentistas y le obligó a indemnizar a los demandantes con 8.000 euros para cada uno ya pagar 12.000 euros adicionales por los costes legales del proceso. Garzón, sin embargo, no sólo no se avergüenza de aquellos hechos, sino que en su libro Un mundo sin miedo se jacta de haber infiltrado agentes de los CESID en el independentismo catalán. Por tanto, la imagen de defensor de la democracia, de las libertades y los derechos humanos que se ha fabricado es rotundamente falsa y sólo forma parte de su proyecto de glorificación personal. Un proyecto que, para tener éxito, necesitaba de una selección muy cuidadosa de casos que, ya fuera por el nombre de los implicados o por el eco del proceso-Pinochet, las dictaduras chilena y argentina, los crímenes del franquismo ... -, le dieran popularidad y notoriedad internacionales hasta el punto de postularse para Premio Nobel de la Paz.
Esto, sin embargo, no impide que el españolismo disfrazado de progresismo que cada día extiende su hipocresía políticamente correcta en las tertulias de las emisoras de radio y televisión catalanas tenga la barra de llagotejar Garzón presentándolo como mártir de la caverna española cuando, como sabemos, la caverna española está formada por el PP y por el PSOE, a partes iguales, con unos ideales que se resumen en el artículo 8 de su Constitución, aquel que dice que la labor de las fuerzas armadas consiste en aplastar militarmente la voluntad de independencia pacífica y democrática del pueblo catalán. Son, en definitiva, las mismas voces y emisoras que, revestidas de una galdosa neutralidad, no sólo maquillan el pasado de Juan Antonio Samaranch, Carles Sentís y Fraga Iribarne a raíz de su muerte, como miembros destacados de un régimen de terror que cometió miles de crímenes contra la humanidad, sino que pretenden endulzar su memoria haciéndoles pasar por benefactores de la democracia e incluso, en el caso de los dos primeros, como catalanes insignes. Es decir, que mientras en Alemania se repudia las figuras destacadas del nazismo, en Catalunya se ensalza las figuras destacadas del franquismo. La autodenominada izquierda, conocida también como tripartito-PSOE, Esquerra e ICV-, incluso les ha llegado a homenajear con los máximos honores en el Palacio de la Generalitat. Son los mismos hipócritas que se atreven a hablar de memoria histórica y de víctimas y que con una mano reivindican los defensores de las libertades mientras con la otra glorifican sus asesinos.
Desconozco cuál será el futuro de Baltasar Garzón, pero no me lo imagino en la cárcel. Los policías torturadores de independentistas tampoco han ido nunca, a la cárcel. Me lo imagino, eso sí, viajando por el mundo con dietas suntuosas y haciéndose pasar por mártir de la intolerancia. La misma intolerancia que él amparaba con su silencio cuando eran torturados los independentistas catalanes. A Baltasar Garzón, decididamente, nadie le pondrá una bolsa de plástico en la cabeza porque se asfixie, ni lo someterá a vejaciones sexuales para que sienta asco de sí mismo, ni el baldarà a golpes para que diga que es español, ni le aplicará electrodos a los genitales porque chilla de dolor. Garzón nunca sabrá qué es eso, porque es un juez que, cuando un detenido se lo explica, en lugar de escucharlo desvía los ojos y mira el techo.
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